domingo, 26 de mayo de 2019

A HOMBROS DE GIGANTES

Antonio estaba a punto de ser Juzgado y como consecuencia de ello, se le aplicaría una pena corporal. Una libra de carne extraída de su cuerpo a manos de Sylock, su acreedor. Buenaventura recibida fue que Pórcia, interpretando el papel de un joven e ilustre abogado de forma magistral resolviera el litigio, aplicando una interpretación literal, mucha audacia y sólidos argumentos legales, logrando dar un giro inesperado a la situación, transformando la suerte de Antonio, consiguiendo emitir una resolución apegada a derecho e impidiendo con las condicionantes legales exactas, que la integridad del acusado fuera vulnerada.

De esta forma, Wiliam Shakespeare en el siglo XVI, logró retratar en su magistral obra de teatro denominada El Mercader de Venecia, el estereotipo de un abogado audaz, firme, docto y por sobre todo conocedor de la Ciencia Jurídica Veneciana.

Aproximadamente 1500 años antes, Ulpiano sentó las bases del Derecho Romano y 3250 años antes, Hammurabi Rey de Babilonia, realizó la primera compilación de leyes en la historia de la humanidad. Las bases para ejercer la abogacía, estaban dadas. Si bien gran parte de los procedimientos jurisdiccionales en las sociedades antiguas se desarrollaron sin el auxilio de esta trascendental figura, fue hasta la consolidación de las sociedades Griega y Romana, que la Abogacía comenzó a ser una de las profesiones más activas y por sobre todo honorificas.

La Abogacía, que en sus orígenes humildes se formó como una de las más nobles profesiones, se circunscribía a la defensa de los interés de los particulares, frente a sus iguales o ante el Estado; evolucionando a lo largo de los siglos, perfeccionándose en sí misma, especializándose hasta grados insospechados, siendo juristas de la talla de Coke, Grocio, Beccaria, Tocqueville, Kelsen, entre muchos otros, quienes lograron consolidar la Ciencia Jurídica como una de los saberes más amplios y complejos en la historia de la humanidad.

Abogados, que a través del estudio de la Ciencia Jurídica lograron transformar su realidad, derrocando reyes e imperios, creando y modificando instituciones, protegiendo a sus iguales, impulsando revoluciones, todo como consecuencia de la más pura intelectualidad. Esa intelectualidad que durante tiempos inmemoriales ha sido distintiva del abogado.

Una persona estudiosa, apasionada por su profesión, con un alto deber cívico, incorruptible, idealista, culto, honorifico y cientos de adjetivos más, es lo que debe venir a la mente cuando escuchamos la palabra abogado. Eduardo Coutere no pudo expresarlo mejor, cuando señaló que el abogado debería ser un luchador del derecho; y cuando el derecho fuera injusto, debería de luchar por la Justicia.

Una profesión de gente honorable, comprometida con su persona, con sus semejantes y con su País, eso es lo que nos han heredado los grandes estudiosos del derecho a lo largo de la historia. Estoy sentando sobre los hombros de gigantes, señaló Newton, en una carta personal. Una sola frase que es digna de ser analizada y que da muestras de la humildad que una de las mentes más brillantes de la historia tenia para con sus antecesores. Cualquier avance científico no puede ser analizado como un hecho aislado, como acto de inspiración o como un simple golpe de suerte. Nuestro conocimiento es producto del choque entre las aportaciones de nuestros antecesores y nuestra psique, esa confrontación, es dialéctica pura. Que sería de Claux Roxin, sin las aportaciones del Marqués de Becaria; Norberto Bobbio, sin las aportaciones de Solón; Carl Schmitt sin Montesquieu. Esa herencia jurídica que ha llegado a nuestros días por medio de las aportaciones de insignes juristas, esa Gran Obra, cúmulo de conocimientos vivos y atemporales, es lo que se ha ido moldeando a lo largo de centurias y que la aportación de forma particular, dentro de su esfera de especialidad, de cada uno de nuestros antecesores es lo que ha marcado la distinción de calidad, que ha tenido como resultado que sean considerados ilustres abogados.

El abogado tiene sobre sus hombros, un gran peso. En nuestro México actual, gracias a la amplia oferta académica que existe, es muy factible que cualquier persona pueda estudiar una licenciatura en derecho, egresar con mayor o menor esfuerzo, hasta obtener su titulación, en un periodo que puede comprender de 3 a 6 años, dependiendo la institución. Hace 50 años no eran tan sencillo, hace 300 años era más complicado y hace 1000 años realmente era un privilegio. Sin embargo, tristemente gran parte de la comunidad estudiantil que elige la formación jurídica, no se percata la herencia intelectual que reciben al egresar de una institución académica y ser reconocidos con el honroso título de Licenciados en Derecho; no se dan cuenta que eso no es el final, sino solo el comienzo. Festejan al haber alcanzo la cúspide de su formación universitaria, sin comprender la obligación moral que tienen con sus antecesores, consigo mismos y con sus semejantes.

La profesión jurídica a criterio personal, es una de las actividades más nobles y bellas que puede desarrollar el hombre. La abogacía en sentido estricto, te permite poner a prueba los conocimientos adquiridos en tu formación académica, ante el Juez más implacable que puedan llegar a enfrentar: la vida misma.

Sin embargo, la sociedad actual, ha olvidado la grandeza de la profesión. No recuerdan que la realidad en la que se desenvuelven fue moldeada gracias a la actividad profesional de cientos de abogados a lo largo de la historia. Bromas y comentarios de mal gusto hacia el novel jurista que realizan sus primeras escaramuzas en su desarrollo profesional, comentarios prejuicios de familiares y amigos poniendo en duda la honorabilidad de la Abogacía, confunden y ciegan al joven estudioso del derecho.

La sociedad no comprende la grandeza de la Institución. Pero el joven abogado, no pone de su parte. No recuerda que se encuentra a hombros de gigantes, es heredero de la Gran Obra Jurídica y tiene la obligación de perfeccionarla. Continuar puliendo el conocimiento jurídico, para que las siguientes generaciones logren llegar, a donde el joven abogado no pudo a lo largo de su existencia. La vida es efímera, pero la idea es eterna. El abogado que no comprende el deber moral de continuar con el desarrollo y perfeccionamiento de la Ciencia Jurídica, no puede considerarse un verdadero abogado.

Abogado no es aquel que defiende a un particular ante una Tribuna. Existe gente que lo hace sin tener título profesional. Algunos otros lo hacen contando con todas las credenciales que el sistema educativo exige, pero lo hacen por intereses eminentemente monetarios. Con la única idea de robustecerse los bolsillos. Negociantes del derecho les llaman. En la antigua Roma el cargo de Abogado era honorifico. No está mal que la profesión de abogado sea considerada, por diversas revistas especializadas, como una de las mejores pagadas en México y en el Mundo. Lo incorrecto es ver a la abogacía como una mina de oro, que solo busca satisfacer intereses materiales, dejando a un lado el sentido humanista de la profesión y los principios éticos que deben tenerse. Cuando a Sócrates sus seguidores le ofrecieron escapar, antes de ser envenado con cicuta, él prefirió recibir una pena injusta, a realizar una injusticia escapando de la pena impuesta por el Estado. Romper la cadena de injusticias.

Cuantos abogados realmente son conscientes de la importancia de tener solidos principios, que permitan caminar y desenvolverse en el enmarañado y complejo sistema jurídico mexicano, sin llegar a comprometer su honorabilidad. Malas prácticas de unos cuantos, pesan en todos.

El abogado debe ser luz en la oscuridad. Debe ser guía y hacedor de caminos. El abogado debe velar por sus semejantes, por sobre los intereses materiales; y por sobre todas las cosas, ser investigador de la Ciencia Jurídica y de la realidad en que se desenvuelve. Porque solo investigando podrá realizar la aportación que la Ciencia Jurídica le exige, para ser considerado realmente abogado.

El abogado debe ser un investigador de la vida; del hoy, del ayer y por sobre todo, del mañana. En sus manos esta moldear el futuro de sus semejantes, con la renovación y adecuación de las instituciones sociales.

El abogado debe ser culto. El abogado de conocer mucho de la Ciencia Jurídica y algo, aunque sea básico, de todos los demás saberes. El joven abogado debe cultivarse día con día y no desperdiciar el recurso más valioso que tiene, su tiempo. La abogacía es demandante, es una profesión de tiempo completo, sin importar el campo de desarrollo del jurista: La Tribuna, el Servicio Público o la Academia. El abogado tiene que ser congruente con su forma de actuar y por sobre todo de vivir.

Chiapas ha sido cuna de grandes estudiosos del derecho, gente de la talla de Emilio Rabasa Estebanell, gran constitucionalista mexicano, abanderan la fila de grandes juristas que ha tenido y sigue teniendo nuestra Entidad. El Chiapaneco tiene esa pasión por el derecho. Son incontables los Chiapanecos que han destacado en el desarrollo de la Ciencia Jurídica a nivel nacional e internacional, Ministros, Jueces, Jurisconsultos, Políticos, Abogados, Investigadores. Chiapas es tierra fértil de grandes abogados.

Es momento que las nuevas generaciones de abogados chiapanecos, se percaten de la importancia de la investidura que les fue otorgada al momento de titularse. Deben convertirse en verdaderos estudiosos de la Ciencia Jurídica. Hacer un lado los distractores, enfocarse en lo que realmente vale la pena. La sociedad consumista en la que actualmente nos desarrollamos, tiende a crear diversos satisfactores que buscan atraer al consumidor. Atraer y distraerlo de sus actividades profesionales. Kurt Richter notable ajedrecista Alemán señaló que quien no conoce su objetivo, no puede encontrar el camino. Mismo razonamiento tiene el peculiar gato que brinda apoyo a Alicia, en la novela de Lewis Carroll, al manifestar que, no importa que camino elija Alicia, si no sabe a dónde quiere ir, la elección, no tiene trascendencia.

El abogado debe tener objetivos claros, plantearse con seriedad lo que debe hacer para lograr realizar una aportación relevante de la Ciencia Jurídica. Es preferible especializarse, el mundo del derecho es demasiado amplio. No sería prudente intentar convertirse en un Da Vinci de las ciencias jurídicas; el derecho es amplio, complejo y con un alto grado de especialización. De igual forma se debe procurar no terminar convirtiéndose en un autómata recitador de leyes y criterios jurisprudenciales, pues si el abogado se justipreciara por su capacidad memorística bruta, los ordenadores pronto nos terminarían sustituyendo. Ejercitar el razonamiento es vital para el abogado, el cual junto con la capacidad crítica, son características que pueden distinguir a un buen abogado. La capacidad de analizar de forma crítica situaciones jurídicas, es distintiva del jurista.

Un abogado culto, conocedor de la Ciencia del Derecho, con el deseo de investigar y aportar a la Ciencia Jurídica, con un análisis crítico depurado, con un sólido sistema de principios éticos, un deseo sincero de buscar el bien común y por sobre todo un alto sentido de la responsabilidad y capacidad para el trabajo; son los elementos necesarios mínimos para que esté en condiciones de cumplir con la obligación moral de realizar una aportación jurídica valiosa a la Ciencia del Derecho. El camino será arduo y la satisfacción será personal. No por ello el abogado debe desistir de su tarea, pues el deber debe ser cumplido. Una aportación jurídica, por pequeña que sea, mientras robustezca y ayude a avanzar el desarrollo jurídico, debe congratular al abogado que la haya realizado, el cual no deberá buscar reconocimiento, pues eso solo alimenta al ego de forma temporal, al contrario, deberá regocijarse en privado porque habrá comprendido que se ha vuelto un gigante y sobre sus hombros las generaciones futuras de abogados, se apoyarán.

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